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Posts Tagged ‘Cuentos’

Por un divertido evento que en esta ocasión no ahondaré por razones de tiempo, fui denominado Rey de Chile. Luego de mi primer emotivo discurso oficial, los periodistas esperaban ansiosos las primeras propuestas específicas de mi reinado.

-Oh Majestad ¿Cómo pretende usted iluminarnos con esa fenomenal mezcla de jovialidad y sabiduría? –se animó a preguntar uno de los curiosos reporteros siempre con la vista en el suelo.

Debo reconocer que la situación no fue fácil. Por primera vez debía dejar de lado la pompa y la arenga heroica para dar paso a lo concreto, a lo meramente sustancial, sin dejar de considerar dos aspectos fundamentales para cualquier gobernante. Primero, dejar contentos a progresistas y tradicionalistas recalcitrantes, fuerzas poderosas en la población; y segundo, no proponer nada con tintes peronistas que pusieran en jaque la estabilidad económica del país. (más…)

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Bastas

– Tengo vasta experiencia en la confección de bastas –me dijo Leonardo Luis de rodillas mientras me miraba con una sonrisa que sostenía levemente un alfiler.

– Pero que esta vez te quede bien, ¡Mira que camino para a la oficina se me descoció y por poco no me fui de cara al suelo luego de pisarla! –le respondí.

– Eso le pasa porque anda arrastrando los pies –me dijo con tres alfileres en sus labios.

– Maldita industria de pantalones que hace modelos para gigantones del primer mundo. ¡Pantalón que me compro, pantalón que le hago basta!

– Eso es porque está muy gordito pues don Roberto y tiene que andar usando tallas más grandes. ¿No ha pensado en ir a un gimnasio? Una bicicleta le haría bien para fortalecer esas piernas de pollo que tiene.

– ¡Leonardo Luis no me provoques que tengo una reunión importante y ya estoy atrasado!

– Don Roberto, ¿Prefiere basta inglesa o basta americana? –me preguntó mientras se levantaba a buscar una huincha de medir.

– ¿Cómo que basta inglesa o americana? ¿De qué me estás hablando? –le pregunté con un pie en el aire y el otro haciendo un esfuerzo sobrehumano por mantener el equilibrio- ¡Leonardo Luis! ¡Hazme una basta decente y déjate de preguntar tonteras!

– No conozco su estilo pues don Roberto, qué quiere qué le diga si no sé cómo le gusta a usted la basta. Hay gente que le gusta la basta inglesa, mientras que a otros, les gusta la basta americana.

–  ¡Que no se me vea el calcetín y que no me ande pisando el pantalón! ¡Esa es la basta que quiero!

– Usted no me está entendiendo. Si la va a usar con mocasines le recomiendo la basta americana, sino, se va a andar pisando el pantalón. Pero si usa taco alto, le recomiendo la basta inglesa, sino, va a andar mostrando el calcetín.

–  ¡Hazme la basta inglesa entonces! ¡Y apúrate que tengo una reunión importante y ya estoy atrasado!

– No me grite que lo voy a terminar pinchando con el alfiler.

– Cuando se sienta, ¿Lo hace a la francesa o prefiere el estilo clásico?

– ¡¿Leonardo Luis, debes estar tomándome el pelo?! ¡Qué te importa cómo diablos me siento!

– Está muy equivocado al creer que yo le estoy tomando el pelo don Roberto. Si supiera usted lo que me ha tocado ver en el mundo de las bastas. Como le dije, tengo vasta experiencia…

– ¡Cresta Leonardo Luis!  ¡Ya me pinchaste con el alfiler!

– Eso le pasa por no mantener la postura. ¿No ha pensado en ir al quiropráctico?

– ¡Estoy atrasado Leonardo Luis! ¡Por el amor de Dios termina esa basta de una vez por todas!

– Entonces, ¿En qué quedamos? ¿Prefiere la francesa o el estilo clásico?

– No tengo idea cuál es cuál, ¡Y cuidado con esa manito que la basta no comienza arriba de la rodilla!

– No se me ponga nervioso don Roberto que yo solo hago mi trabajo. Como le iba diciendo,  el estilo clásico es cuando uno apoya el tobillo de un pie, en el muslo de la otra pierna. La francesa en cambio, es cuando uno cruza las piernas muslo con muslo.

– ¡¿Y qué diferencia puede haber en cómo me siento?!

– Que si no le hago la basta a la medida se le va a ver ese calcetín café que harto feo se ve con el pantalón caqui que anda trayendo pues.

– Dale con la francesa entonces ¡Y apúrate que ya se me hace tarde para la reunión!

–  Dígame don Roberto, ya que no es de los que usa mocasines, que por cierto harto bien que le quedarían, cuando se anuda los cordones de los zapatos ¿Se agacha hasta el suelo o apoya el pie en un sobre nivel?

– ¡Basta Leonardo Luis! ¡Por el amor de Dios! ¡Basta!

– Pero ¿Cómo quiere qué le haga la basta si todavía no sé que basta le gusta?

-Vicente Wilson

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Fue en un frío y lúgubre martes trece cuando medité que algo extraño estaba sucediendo en mi familia.

Hacía una semana que no veía a Raquel, nuestra gata siamés. Intrigado, comencé a buscarla por el patio y la calle luego de volver de la oficina. No había una sola nube en el cielo y la única luz que alumbraba el vecindario provenía de la luna llena. Una brisa que apenas movía las pocas hojas de los árboles, parecía detenerse en mis orejas con un silbido agudo e indiferente.

No encontré ningún vecino que pudiera darme noticias de la gata.

Entré a la casa esperando que Raquel, escapándose del frío, estuviese acurrucada debajo de alguna cama. No hubo caso, la gata no estaba.

– ¿Has visto a la Raquel? –le pregunté a Benjamín, mi hijo de seis años, mientras veía la televisión.

– ¿Quién es Raquel? –me preguntó con los ojos fijos en la pantalla.

– La gata, Benjamín.

– Ah, la gata. La he visto –me respondió y giró su cuello para mirarme -no volverá a molestar.

– ¿Cómo es eso de que no volverá a molestar? –le pregunté.

– La crucifiqué. Ayer a las doce, como correspondía –me dijo sin pestañear y volvió a mirar la televisión. Estaba viendo el programa de la monja en el canal alemán.

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Hay murmullos incesantes, el campamento está agitado, los soldados conversan, susurran, algo traman, están molestos.

La batalla ha sido dura, la guerra larga y el trato malo. La comida es desabrida y los baños de pésima calidad. La General camina por los pasillos y los soldados callan. Están molestos, pero no se atreven, bajan la vista y siguen en sus labores, La General está conversando con un coronel lejano de un ejército aliado, y se pasean campantes entre medio de la chusma, los soldados rasos.

Hay olor a pólvora, entre los rasos hay soldados más viejos  y experimentados que están descontentos y mueven los hilos, ellos conocen a los insurgentes y saben cómo hacer un levantamiento armado.

La primera señal:

En la hora de almuerzo un pelotón de avanzada, un piquete de soldados con mejor instrucción militar dejan caer la comida al suelo y agitan sus viandas contra la mesa.

El quiebre:

Se acaba la reunión y el alto mando no está satisfecho, los empleados no han hecho lo que se les ha pedido y cliente está insatisfecho. Los soldados vuelven a sus carpas con la impotencia en los dientes y la decisión en el corazón, la situación ya no va más.

El líder se saca la polera y se sube a su escritorio con sangre en los ojos y grita a todo pulmón; Tanquetazoooooooo!!!!

Tanquetazoooooooo!!!!

Tanquetazoooooooo!!!!

El resto de la oficina asiente al grito de guerra y golpea las mesas con puños y patadas, el escándalo es total, es una declaración de guerra, un desafío, un desahogo, ahora todos saben que ya no hay vuelta atrás. Los murmullos han sido meses de trabajo en la clandestinidad, el ejército se ha forjado en el anonimato pero está listo para fraguar la batalla.

Se habla de los revolucionarios contra los oficialistas. Esos traidores de pecho frío, personas con poca sangre, que con tal de estar tranquilos y no hacer ruido no se hacen problemas, “hay que cuidar la pega po socio” dicen los de peor clase, esos que son capaces de infiltrarse en el bando contrario para delatar a sus compañeros por un poco de plata.

El tanquetazo no fue tal, no hubo carrocería blindada paseando por la oficina, fue solo un hecho simbólico que desató la batalla entre revolucionarios y oficialistas.

En el primer grupo estaban los más viejos, jóvenes de mente, personas con anhelos, sin ambición de poder o económica de por medio, luchaban para darle un sello de calidad a su trabajo. Los oficialistas, se mantenían bajo la sombra de la General, una mujer imponente que proyectaba temor en su mirada. A ellos nada les importaba, solo estaban con ella, con la estabilidad.

La batalla ha sido durísima, llena de sangre y muertes para ambos lados.

Recuerdo el caso terrible de una joven de los oficialistas que estaba limpiando su fusil sin mucha prolijidad hasta que se voló los sesos.

Una movida cruel fue el asesinato de uno de nuestros mejores soldados, lo tomaron por sorpresa a la salida de la oficina y lo acribillaron con más de 150 balazos. En la mañana solo se encontraron los casquetes y su pelo largo repartido en el suelo, de su cuerpo ni hablar.

Los ataques iban y venían, se sucedían durante toda la semana, había infiltrados en los 2 bandos, la oficina trataba de seguir adelante en sus labores pero la pugna interna era evidente, la guerra civil era cruenta y sangrienta. Varios líderes fueron retirados de sus puestos, movidos de sus cargos, las confabulaciones eran pan de cada día.

Luego de meses de batalla, el bando Revolucionario ha sufrido las mermas, sin el apoyo económico que goza el enemigo, hemos visto como nuestros hombres son removidos, despedidos y eliminados.

Asimilando la táctica de San Martín, ahora me he retirado del fulgor de la batalla, he cruzado la cordillera para tomar fuerzas y operar desde lejos, aún tengo mis informantes que me mantienen al tanto. Días atrás me llegó un telégrafo contando que uno de los altos coroneles oficialistas está a punto de caer.

La batalla sigue y pronto volveremos a atacar…

-Rodrigo Fadic

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