Hay murmullos incesantes, el campamento está agitado, los soldados conversan, susurran, algo traman, están molestos.
La batalla ha sido dura, la guerra larga y el trato malo. La comida es desabrida y los baños de pésima calidad. La General camina por los pasillos y los soldados callan. Están molestos, pero no se atreven, bajan la vista y siguen en sus labores, La General está conversando con un coronel lejano de un ejército aliado, y se pasean campantes entre medio de la chusma, los soldados rasos.
Hay olor a pólvora, entre los rasos hay soldados más viejos y experimentados que están descontentos y mueven los hilos, ellos conocen a los insurgentes y saben cómo hacer un levantamiento armado.
La primera señal:
En la hora de almuerzo un pelotón de avanzada, un piquete de soldados con mejor instrucción militar dejan caer la comida al suelo y agitan sus viandas contra la mesa.
El quiebre:
Se acaba la reunión y el alto mando no está satisfecho, los empleados no han hecho lo que se les ha pedido y cliente está insatisfecho. Los soldados vuelven a sus carpas con la impotencia en los dientes y la decisión en el corazón, la situación ya no va más.
El líder se saca la polera y se sube a su escritorio con sangre en los ojos y grita a todo pulmón; Tanquetazoooooooo!!!!
Tanquetazoooooooo!!!!
Tanquetazoooooooo!!!!
El resto de la oficina asiente al grito de guerra y golpea las mesas con puños y patadas, el escándalo es total, es una declaración de guerra, un desafío, un desahogo, ahora todos saben que ya no hay vuelta atrás. Los murmullos han sido meses de trabajo en la clandestinidad, el ejército se ha forjado en el anonimato pero está listo para fraguar la batalla.
Se habla de los revolucionarios contra los oficialistas. Esos traidores de pecho frío, personas con poca sangre, que con tal de estar tranquilos y no hacer ruido no se hacen problemas, “hay que cuidar la pega po socio” dicen los de peor clase, esos que son capaces de infiltrarse en el bando contrario para delatar a sus compañeros por un poco de plata.
El tanquetazo no fue tal, no hubo carrocería blindada paseando por la oficina, fue solo un hecho simbólico que desató la batalla entre revolucionarios y oficialistas.
En el primer grupo estaban los más viejos, jóvenes de mente, personas con anhelos, sin ambición de poder o económica de por medio, luchaban para darle un sello de calidad a su trabajo. Los oficialistas, se mantenían bajo la sombra de la General, una mujer imponente que proyectaba temor en su mirada. A ellos nada les importaba, solo estaban con ella, con la estabilidad.
La batalla ha sido durísima, llena de sangre y muertes para ambos lados.
Recuerdo el caso terrible de una joven de los oficialistas que estaba limpiando su fusil sin mucha prolijidad hasta que se voló los sesos.
Una movida cruel fue el asesinato de uno de nuestros mejores soldados, lo tomaron por sorpresa a la salida de la oficina y lo acribillaron con más de 150 balazos. En la mañana solo se encontraron los casquetes y su pelo largo repartido en el suelo, de su cuerpo ni hablar.
Los ataques iban y venían, se sucedían durante toda la semana, había infiltrados en los 2 bandos, la oficina trataba de seguir adelante en sus labores pero la pugna interna era evidente, la guerra civil era cruenta y sangrienta. Varios líderes fueron retirados de sus puestos, movidos de sus cargos, las confabulaciones eran pan de cada día.
Luego de meses de batalla, el bando Revolucionario ha sufrido las mermas, sin el apoyo económico que goza el enemigo, hemos visto como nuestros hombres son removidos, despedidos y eliminados.
Asimilando la táctica de San Martín, ahora me he retirado del fulgor de la batalla, he cruzado la cordillera para tomar fuerzas y operar desde lejos, aún tengo mis informantes que me mantienen al tanto. Días atrás me llegó un telégrafo contando que uno de los altos coroneles oficialistas está a punto de caer.
La batalla sigue y pronto volveremos a atacar…
-Rodrigo Fadic
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