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“Tu pena me excita”

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El niño ya no era tal desde que había llegado a la capital. Tenía esa alegría campechana clásica de personas del sur de este país, donde abunda la comida, fruta y demases.

El niño era una persona llena de vida, hambre y ansiedad. Lleno de ganas por descubrir, aprender y comerse el mundo, todo para ser el mejor en su trabajo. El brillo en sus ojos delataba  una vitalidad que compartía libremente  todos los días.

Después de un tiempo el niño se puso triste, enojado y desmotivado. Todos pensábamos que era algo natural, una situación normal, considerando que estaba viviendo solo en Santiago. Y esta es una ciudad de la que debes tener cuidado. La capital es un lugar peligroso si no estás bien preparado. Es un lugar que agota y cansa. Así que era normal que ya no viéramos ese brillo en sus ojos.

Todos pensábamos que era algo natural…pero no. No era culpa de la ciudad, ni del trabajo. Había algo más, algo que perturbaba la felicidad del niño.

Un día común y corriente, con los colegas encontramos un celular. De puro flytes revisamos el whatsapp y encontramos una conversación extraña. Sin saber que el aparato pertenecía al niño, nuestro colega, le dimos nomás, y leímos sin vergüenza. Ese día la privacidad se hizo agua y la verdad se hizo pública. Desde ese día, el niño dejó de serlo ante nuestros ojos, porque nos dimos cuenta que él ya había dejado de serlo mucho tiempo atrás.

“Tu pena me excita” decía el primer mensaje. Después de leer algo así fue imposible no seguir leyendo, violando la privacidad y desnudando la pena del niño.

«Saber que estás deprimido y enojado hace que me moje, te espero hoy…» Seguían diciendo los mensajes. La mujer era una máquina del amor oscuro. Así era claro que el niño cambiaría su ingenuidad por una pena profunda.

«Si ríes… no hay más sexo» ¡Lo estaban poniendo contra la pared! La mujer cambiaba pena por sexo, era una locura, ¡y cómo negarse ante una oferta así!

«Me excita verte triste» remataba el mensaje cargada de chantaje emocional.

Fue así como nos enteramos de la relación que había entre estas dos personas. Una relación tortuosa de sexo y pena, placer y tristeza. Donde el pequeño sureño se vio obligado a cambiar su alegría espiritual por alegría carnal.

Ha pasado un año desde que el niño, ex niño, ya no está con nosotros. Su nueva postura anarquista-depresiva-abajo-el-trabajo lo llevó a renunciar a su profesión y al sueño de ser el mejor. La depresión que le produjo tanto sexo oscuro terminó destruyendo todos sus ideales.

Cuando el niño dejó de serlo, y comenzó a ser un adulto triste, la mujer se aburrió. Se buscó otro niño iluso e ingenuo, lleno de buenas intenciones para contaminar.

Nuestro ex colega ya no es un niño, ahora es un adulto triste y solitario.

La enmienda del diablo

timthumb«Se buscan hombres para viaje peligroso. Sueldo escaso. Frío extremo. Largos meses de completa oscuridad. Peligro constante. No se asegura el regreso. Honor y reconocimiento en caso de éxito.»

Esto fue lo que dijo Ernest Shackleton en 1907 para reclutar a valientes voluntarios dispuestos a buscar una gran aventura sin retorno ni fama asegurada al recóndito rincón de la Antártica.

Algo así fue lo que le dijo Andrés a sus amigos, muchísimo menos inspirador, pero bueno , algo así.

-«Weon me pasaron un dato brutal, me están ofreciendo una mano alucinante pa’l sur, un montón de marihuana a precio de huevo. Solo necesitamos un toco y 2 locos que me apañen pa ir a buscarla. «- Dijo una noche de sábado, ya totalmente tuerto producto del exceso de alcohol.

Se había corrido la voz de una mano increíble en la Sexta Región, hacia el interior de Chimbarongo. Unos huasos psicotrópicos estaban haciendo una versión hardcore de Skunk y el precio era muy conveniente.

Necesitaba reclutar un par de valientes que estuvieran dispuestos a ir a buscar un cargamento de marihuana altamente drogador, pasando más de 160 kilómetros por una carretera infernal llena de policías, aduanas y el miedo constante de ser detenido con una cuantiosa cantidad de droga ilícita.

El monto de la inversión era peligroso, increíble y nuevamente peligroso. La mano era de 2 millones de pesos. Los huasos no vendían menos. Era todo el jackpot. Un All- in. Meter todos los huevos en la canasta. No dejar morir el cogote del pavo. Apostar a ganador. La convicción entonces fue que había que ir matar o morir.

Sin embargo, luego de toda una noche regada con litrares de vino, cerveza, piscolas, algo de cerveza y más vino, Andrés no fue capaz de convencer ni obligar, ni amenazar a ninguno de sus amigos para ir a buscar el cargamento de marihuana. Él era un pésimo orador. Y todos sus amigos lo sabían hace unos 15 años, desde que estaban en el colegio y fue incapaz de abstenerse de llegar sumamente borracho a la primera reunión de la Comunidad Cristiana, una vergonzosa experiencia donde todos los amigos debían compartir con señoritas muy vírgenes y pechoñas.

Pensar en la posibilidad de perder una mano así era más fuerte que el dolor de cabeza. Él sabía que era peligroso cruzar la carretera con un cargamento altamente ilegal, pero también sentía que era peligroso perderse una oportunidad como esa. Recién egresado de su carrera y con todo un verano por delante, totalmente desabastecido de sus porritos. Aparte, ¿quién se fuma 2 millones de pesos en marihuana? Era una locura, eso significaba que tendría mucho y aparte podría vender, y así recuperar la inversión con creces. Ni el mejor de los economistas chilenos lo podría haber vaticinado mejor, era negocio redondo para la mente y el bolsillo.

Se puso a pensar a cuántas personas conocía, pero nada. Nadie con vigor, ni sangre en las venas.

Aún más desolado fue al baño a pasar su desazón y horrible caña cuando miró por la ventana. Ahí estaba la solución a sus problemas. El Raúl. Ese vecino de toda la vida. Un tipo loquísimo y quizás aún más peligroso que él.

Levantó la ventana y la hizo corta:

«Ehh!…Iggy Pop, acá Raúl!!!…. vicino… Oye tengo una mano cuática… ¿apañas a buscarla? Nos vamos a medias…»

Sin más que decir, Raúl y Andrés partieron esa misma mañana dirección a Chimbarongo.

-Oye huevón cómo es la cosa, mira que cuando me hablaste me había fumado algo recién y no te puse mucha atención, ¿dónde vive tu prima?- dijo Raúl con una colilla en las manos y los ojos fuera de su cavidad craneana.

-Qué prima pelao, vamos a buscar una carga, 2 palitroques de palta- dijo Andrés con una carcajada que tronó el aire mientras terminaba su cuarta cerveza.

-Chucha, la dura, ¿y vamos en auto? ¿Eso no es como peligroso? Deja de tomar entonces…

-Si nos pillan con 2 millones de marihuana, ¿tú creís que les va a importar que esté tomando?

-No huevón, puta tení razón…. Igual me cagaste, ahora me puse súper nervioso.

Dijo Raúl con medio ojo abierto y con el otro tratando de enfocar a Andrés que ya superaba los 130 kilómetros por hora.

Llegaron a Chimbarongo sin mayores problemas y contactaron a los huasos psicodélicos, quienes de manera muy profesional, se encargaron de cobrar y cargar el auto con la mercadería correspondiente.

El problema solo comenzaría con el delito ya en el auto de Andrés.

20 minutos de vuelta a Santiago y la cosa no se veía bien. El ácido de Raúl hizo su efecto más devastador. El pito de la mañana dejó de lado su efecto para abrirle las puertas a la locura desaforada de la paranoia.

-Viejo estoy muy nervioso, no puedo dejar de pensar en la merca, en la mota, los porritos, es que 2 millones, y qué pasa si nos agarran los verdes con mil kilos de verde, ¿!¡ah!?, ¡¡AHHA!!- Decía Raúl mirando el parabrisas y el asiento trasero.

Conversaba con la angustia, miraba de reojo las cuatro esquinas del auto sudando como cerdo y salivando a cada momento.

-Cállate mamón, si nos paran digo que llevamos la enmienda de mi tía del campo- Respondió algo alterado Andrés.

Los ojos ya se habían despegado de la cara de Raúl. La baba manchaba todas las cercanías de su cara y la angustia se tornada en terror y pánico.

-Uuuuuuuuuuuuuuuuuaaaaaaaaaaaaaahhh…esto es la enmienda del DIABLO- gritaba el copiloto mientras saltaba de su asiento pateando la guantera.

-Tranquilo, tranquilo, lo sé, yo también estoy acá. Mira tengo cervezas en la guantera, bájate un par y deja de llorar como marica.- Dijo seco y algo asustado Andrés.

La cabeza de Raúl se movía como perrito recién nacido -Buena idea, voy a poner algo de música también- El copiloto prendió la radio.

«…Pero al entrar… Estamos al lado más…De tu mano tomados más…Bien apretados…Y si no tengo…Nada que decir…Y si no tengo…Nada que cantar…»

-Dios míos cambia eso ohh porfavor!, necesitamos música para traficar drogas, no doy más de los nervios, voy a chocar a la próxima vieja que me mire raro- Comenzó a gritar Andrés, la presión y el abuso de alcohol y drogas ya se hacía presente en los muchachos.

-Ajajaj que maricón ¡aaaaaaaayaaaagggggggggg!, la cambio, ¿qué tal AC/DC?

«…Highway to Hell! I’m on the highway to Hell! No stop signs, speed limit, Nobody’s gonna slow me down…»

Sin darse cuenta Andrés y Raúl estaban corriendo a más de 150 kms por hora a las afueras de Rancagua con AC/DC al máximo de volumen, totalmente borrachos, drogados, presos de la demencia y con más de 2 millones de pesos en marihuana.

«…Regresamos con este clásico de U2 con Bono cantando como nunca antes, así que los dejo con…» decía la sexy voz de la tipa de la radio.

Raúl se percató de la presencia de la ley y se puso a gritar como loco.

-Vieeeeeeeeeeeeejooooo hay una baliza roja, ojalá que se haya muerto alguien y que sea una puñetera ambulancia. Ojalá que se esté quemando vivo un hámster y que sean los bomb… ¡ahh nooo huevon son los pacos!- Dijo llorando de angustia.

-¡Para, para!, ¡sigue, sigue!- Raúl se tomó de las greñas y comenzó a chillar y reír como loco.

Andrés, con algo más de decoro y haciendo gala de su experiencia en este tipo de circunstancias, calmó a su compañero de viajes con un par de buenos cachetazos y detuvo el auto cuando la autopista lo permitió.

La ley caminó con determinación hacia el auto.

-Jóvenes, ¿sabían que están manejando a exceso de velocidad y sin luces en la carretera?- ¿y qué es lo que llevan atrás? Gritó con la mirada el carabinero.

Pálido y sin respuesta, Andrés no sabía qué decir, hasta que sin saber por qué, se acordó de la canción que estaban escuchando y arriesgando todo en un estúpido movimiento respondió:

-A Bono- dijo abultando su papada y achicando los ojos con una mueca vergonzosa de sobriedad.

¿Abono?- Qué tipo de abono incurrió el hombre de ley.

En su mutismo intelectual y totalmente cegado por la presión del momento siguió con su mentira, pero con una pizca de verdad.

-Abono de plantas mi cabo-

-Sargento- dijo el carabinero mirando aún más serio y totalmente incrédulo.

Se dio media vuelta y llamó al cabo que lo secundaba.

-Cabo Ramírez, traiga a Coquie, necesitamos descartar que se esté trasladando cannabis sativa.

Listo, no había nada que hacer, ese tierno pastor alemán delataría a aquellos jóvenes. Tan solo era cosa de tiempo, esperar a que el can se pusiera a ladrar que estos estúpidos llevaban más de 2 millones de pesos en marihuana gritando y ladrando como loco.

<Guau- guau, los pillamos guau-grrrrr, estúpidos guau-guau grrrr, cómo son tan idiotas de ggrrrrr llevar tanta mari guau-guau!>

Sí, era verdad, y ellos lo sabían, no tenían nada más que hacer, solo esperar a que el perro ladrara y su aventura acabaría con un montón de años de cárcel.

Ni uno hablaba, solo estaban mirando al horizonte. Andrés apretaba fuertemente el volante… Raúl miraba el cielo, quizás esperando encontrar alguna solución ahí, quizás solo esperando. Porque solo era cosa de esperar los ladridos de Coquie para secarse en la cárcel.

-Joven, ¿sabe usted que necesita un permiso para transporta este tipo de sustancias? Es una modificación de la ley 20002 para evitar la confusión y el tráfico de drogas. Diríjase hasta la unidad más próxima del SAG para ponerlo en regla.- Dijo la ley.

-Acá tiene su parte por manejar sin luces en carretera y a exceso de velocidad, prosiga.-

-Gracias.- contestó Andrés

El piloto tragó el mal rato y en un estado neutro mental comenzó a manejar sin saber ni por qué ni a dónde iba.

-Raúl, ¿viste cuando los huasos nos cargaron la marihuana?-

-No huevón, ¿y tú?- Contestó Raúl a punto de llorar y probablemente defecado.

-Tampoco-

-¿Y ahora qué hacemos?-

¿Tu primo no tiene un campo cerca de Santiago? Dijo Raúl

-Sí, vamos a dejarle esta mierda, ahí nos podemos tomar unas cervezas. Aparte siempre se saca pitos.-

-Vale, vamos.-

-Rodrigo Fadic

Mi vecino el Gnomo

Sin títuloCaminando bajo la sombra de las calles de Ñuñoa es difícil no encontrarse con seres especiales o curiosos. Es que la tranquilidad de esas calles esconden un sinfín de personajes simpáticos, pintorescos o variopintos como varios podrían decir.

Por esas casualidades de la vida me enteré que cerca de mi casa habitaba un Gnomito, un diminuto señor que atendía un pequeño almacén cerca de la esquina.

Este viejo dependiente atendía hace unos 20, 30 o quizás 50 años a los fieles parroquianos que todos los días necesitan pan, cecinas y otros menesteres.

Con agilidad y destreza el reducido ser humano hacía pan amasado, empanadas y cazuelas entre otras cosas.

Vendía huevos, salchichones, pilas, gillete y quien sabe qué cosa que uno llegase a necesitar. Porque por muy rebuscado que fuera el producto, el barbudo pequeñín siempre lo tenía.

Era tan bajo que siempre atendía sobre un cajón por sobre el mostrador, por lo que cuando uno le pedía algo, miraba al horizonte, pensaba y luego, con una enjuta sonrisa desaparecía de la vista de uno para buscar entre cachureos, cajas y quien sabe qué cosa, para aparecer justo con lo que la persona estaba buscando, lo depositaba sobre el mesón con un movimiento orquestal, como si desde el más allá estuviera dirigiendo una obra musical de servicio a la comunidad.

Aquel Gnomo, como se le decía cariñosamente por la comunidad, se dedicaba a lo que podríamos llamar “oficios antiguos”, algo tan ajeno a nuestros tiempos y realidad, en la que abundan conceptos psicotrópicos-postmodernistas como «rotación de personal», «fuga de talentos», «twitter influyentes» y una serie de cosas que inventan para darle trabajo a un grupo inhóspitos de profesionales «capacitados»….pero bueno, volviendo al Gnomo.

Éste tenía una peculiar apariencia. Difícilmente superaba el metro 50, una enorme cabellera de color blanco, barba matusalémica y unos enormes lentes que le daban un extraño aspecto, sin mencionar su auto azul, fabricado en tiempos previos a los recuerdos de un anciano.

Más que certezas lo que describía al señorito era el misterio y las suposiciones, pues nadie sabía mucho de él.

Una noche donde el contexto pareció extraviarse y la realidad se desencajó un tanto, me percaté de algo extraño. Muy temprano en la madrugada, cuando nadie sabe muy bien si es de noche o mañana vi unas luces en el localcito que sobresalían por el canto de la puerta, despertando la curiosidad de los más curiosos.

Me acerqué a ver si la suerte me dejaba ver algo que no que estuviese ni en lo más recóndito de mis pensamientos. Husmeando por el canto de la puerta escuché unos gritos guturales que atravesaban el umbral.

Con el corazón en la garganta decidí ver un poco más, hasta que pude ver una gallina cocoroca revoloteando con un ala bañada en su propia sangre, un ojo colgando y el pescuezo a medio dislocar.

El Gnomito batía una gran hoya de greda y varios animales colgaban del techo con instrumentos del campo.

Apenas pude ver otras cuatro gallinas que tiritaban, dos cuyes y algo, algo que parecía una paloma.

La sorpresa e impacto eran mucho mayor que el susto. Mientras corría hacia mi casa hasta llegué a pensar; «obvio, qué idiota, por qué le dirían Gnomo a alguien que no lo fuera,  ahí a la vuelta de mi casa vivía un malvado Gnomo del más allá»

Pensé, busqué y googlié sobre los Gnomos, para ver si efectivamente eran expertos en magias oscuras, cocina chilena y pan amasado, pero solo encontré memes, mitos y mugre propia de la internet.

El tema era antiguamente conocido por gran parte del barrio. Evidentemente el impacto y el miedo a represalias desconocidas eran un motivo muy importante para acallar tan horrenda y extraña situación, que por cierto, se repetía noche tras noche.

Tal como a mí, a todos les parecía horrorizar y sorprender los extraños actuares del pequeño Gnomo, mas la delicia de sus productos terminaba por tranquilizar a todo el mundo.

Hacía pan amasado con restos de gatos, dientes, perros y cualquier ser vivo que rondara por las cuadras.

Debo reconocer que la primera vez que probé uno de sus panes la imagen de la gallina semi muerta vino a mi cabeza inmediatamente, volando junto con un tremendo asco.

Luego le puse un poco de mantequilla y pude ver cómo se derretía igual que siempre, liberando ese rico olor a pan amasado tan clásico de nuestro país.

Al quinto desayuno el asco había desaparecido, la delicia de pan seguía ahí como siempre y la gallina, bueno, ya no estaba.

Si alguien se animara y quisiera probar algunas las delicias del Gnomito (perverso y malvado pero cocina como los dioses) me avisa y por interno le doy la dirección de su localcito, no quiero que la prensa amarillenta se acerque a corroer la tranquilidad del barrio, que por años ha cobijado al maligno pero simpático Gnomito.

 

-Rodrigo Fadic

La exuberancia del amor

Gastón era un joven de excesos,  amante de la abundancia y el buen vivir. Hacía gala de su condición de burgués, siempre con orgullo y una pizca de altanería, reconociendo en la opulencia, la virtud palpable de la gracia divina. Era también, un muchacho de gustos barrocos, cayendo con frecuencia en la seducción de todo aquello que estuviera sobrecargado de intensidad y movimiento.

Por esa razón, a nadie que conociera de buena fuente a Gastón, le sorprendería que aquella mañana, este llevase una sonrisa más placentera que el alivio al ver en su ya antiguo lecho virginal, y desparramada como puré con exceso de leche en un plato pequeño, a una mujer de rubicunda figuraza roncar cual oso polar en temporada de hibernación.

Algún incrédulo desprovisto de información certera podría acusar al exceso de alcohol como causante de tamaña valentía, o incluso a los efectos oscilantes de la marihuana barata, mezclada frecuentemente con parafina. Pero si bien Gastón era asiduo a las sustancias que lo hicieran desplazarse a ese mundo de peligrosa felicidad, había algo en el volumen de las mujeres que lo hacía enloquecer.

Sus amigos dedicaban largas tardes de tertulia a la teorización del placer culpable de Gastón. ¿Serían esos brazos de poderosa soltura y abundante jamón, lo que excitaba a su buen amigo? O quizás ¿Aquellos traseros de vaivén tembloroso, que al son del caminar de las piernas lechonas, encandilan a cualquier hombre observador?  O por qué no ¿Esas barrigas de profundas estrías, que en la intimidad bien pueden funcionar como una cama de agua? En fin, las teorías eran variadas mas las conclusiones no aparecían. Sus amigos desconocían que todo intento de reducción cae en miseria, y que la abundancia de variables era precisamente la razón de tanto goce.

Gastón saltó de su cama con vigor en su espíritu, no obstante sus rodillas flaquearon en el vuelo producto de la maratónica labor de la noche anterior. Rebecca no solo era cuantiosa en su figura, sino que también en sus fantasías. Luego de que Gastón se recuperara de un fuerte golpe en la cabeza contra su velador, gracias a su salto en falso, fue a encender la radio. Él sabía que los sonidos de Vivaldi lo llevarían a un paraíso de mujeres con caderas rimbombantes.

Mientras Gastón bailaba en ropas menores al ritmo de la Follia, escuchaba entre los bajos de los violines el roncar galopante de Rebecca. Fue en uno de sus movimientos de bailarín que Gastón tropezó con su propio calcetín cayendo sobre el enorme ser que yacía en su cama.

-Y tú ¿quién eres? –preguntó su monumental amiga con un vozarrón potente.

Mientras el corazón de Gastón se desvanecía como la niebla de primavera, Rebecca le explicaba desprovista de piedad que lo ocurrido en esa cama no había significado nada, que un oso polar macho la esperaba para el almuerzo, y que no tenía por qué darle explicaciones por una noche de excesos y lujuria.

Gastón volvía a equivocarse, ¿cuándo entendería que el apetito desaforado no solo se mide en el diámetro del abdomen?

-Vicente Wilson-

El ocaso de los dioses

El fin del mundo llegó hace más o menos dos semanas. Digo más o menos porque luego de que todo se ha ido a las pailas no es tan sencillo llevar la cuenta exacta de los días. Y creo también que es algo soberbio hablar del fin del mundo, queda mejor quizás, el fin de la humanidad tal cual la conocemos. Yo pensaba que si el fin llegaba a suceder iba a ser por culpa de alguna catástrofe militar, probablemente entre los elegidos por Dios y el siempre honorable pueblo persa. Pero no, ahora que no llega la televisión ni la radio no sabría decir con certeza qué pasa allá en Medio Oriente.

Estuvieron anunciando la noticia un buen tiempo. Las ondas solares estaban en crecimiento, lo cual no sólo iba a ser perjudicial para la piel, una nimiedad a estas alturas, sino que las telecomunicaciones se iban a ver interrumpidas. Finalmente cayeron, y con ellas, gran parte de la economía. La población común y silvestre, ya incomunicada, se encontró con la sorpresa de que sus cuentas bancarias, unos dígitos perdidos en algún computador, simplemente desaparecieron, con lo cual sus únicos bienes transables eran sus pertenencias físicas y lo que tuvieran en el refrigerador, que ya tampoco sirve mucho debido a la caída fatídica de la luz eléctrica. En mi caso, cinco huevos, una mantequilla, dos cajas de leche y cuatro tarros de atún, que con tanta ansiedad me los comí en un día. Seguir leyendo »

Un ticket al pasado

Tengo el bolso listo y todas mis cosas dispuestas para partir. Gracias a dios que llegaron mis vacaciones, honestamente ya no aguantaba un día más en la oficina. Aunque para ser honesto conmigo y claro con mi trabajo, no es ese el problema, creo que es el sistema el que me agobia, la vorágine, la furia, lo avasallador de Santiago, el día a día. Pero por suerte estoy listo para partir.

Ya en el terminal de buses se me acercó un tipo extraño, de esos medios mafiosos que siempre tratan de vender pasajes más baratos, en un bus marcado por la muerte y los accidentes.

-Hola socio, qué pasa, se ve mañoso – dijo el tipo mirando mis bolsillos.

-Sí, es que me voy de vacaciones y este celular ya se descargó -respondí un poco preocupado.

-Ahh pero socito, esos son de los que chupan batería con el 3G.

-Así dicen, pero es increíble, lo cargué hace un rato y ya va a la mitad, fijo que muere antes de llegar -le respondí viendo la mugre de Smartphone.

-Oiga mijo y pa dónde tiene pasaje.

-Pucón

-Pero cosa más fome po socito, usted tiene que pegarse un viaje de verdad para desconectarse -dijo mirando el horizonte.

-¿Así?, ¿como a qué lugar podría ser?

-Mire, tengo unos pasajes que parten en 10 minutos más…-contestó, mientras metía una mano en el bolsillo de su chaqueta.

Claro, tanta cháchara para vender los últimos pasajes a quizás qué destino.

-Este es un destino que no se vende mucho –dijo el tipo mientras me alcanzaba el ticket. En verdad no tiene nada de turístico pero es un lugar muy especial. Es una ciudad perdida al norte de Uruguay que dicen se ha quedado detenida en el tiempo. Es una ciudad que no está en los planes de nadie y que incluso ya no sale en algunos mapas. Hace unos 30 años que el gobierno uruguayo perdió la batalla contra estos tipos. Al principio eran puros hippies que no querían nada con la modernidad y decidieron poner pausa a la locura y vivir tranquilos eternamente en los 70s.

-Ahí amigo mío, no va a necesitar nada de su celular ni sus 3Gs.

Abrí los ojos y quedé con la boca abierta. Miré a todos lados esperando toparme con Hagrid o tal vez Gandalf, estaba al frente de un tipo que me estaba contando una locura, una ciudad perdida en el tiempo no era un destino, era un paraíso.

Miré mi ticket con destino a Pucón y por un momento sentí vergüenza de mi mismo. Querer ir a descansar a una playa así era ridículo. Era como ir a un Mall para tomar aire fresco.

-¿Cuánto cuesta?-  le pregunté sin pensarlo.

-Te lo cambio por el celular.

-Listo.

Perdí un celular pero gané una anécdota, y si el tipo me estaba estafando por lo menos podría contarle a mis nietos que alguna vez me habían cagado en un terminal de buses. Y como hay que vivir de todo en la vida, me subí emocionado al bus rumbo a una ciudad perdida en los años.

Al llegar al destino la sorpresa fue mayúscula, una mezcla de ignorancia y ansiedad durante extensas horas de viaje habían formado una imagen extraña de aquella ciudad.

Esperaba una ciudad derruida y olvidada por el tiempo. Me imaginaba un lugar bombardeado, casi como si la modernidad fuera la cura al paso del tiempo.  Sin embargo me percaté que era casi igual al centro de Santiago, pero con un aire más parronal. Muy parecido a Curicó.

Una ciudad provinciana bastante tranquila y agradable. Amplias plazas y veredas verdes acompañaban una tranquilidad que permeaba las ventanas de las construcciones de no más de 4 pisos.

Para no asustar a nadie con mi ansiedad, decidí alojar en una pensión céntrica y al día siguiente salir a descubrir esta ciudad que se había quedado dormida 30 años atrás.

La mañana siguiente salí a caminar y a recorrer el lugar. Los autos antiguos de los 70s se veían en buen estado, algunos televisores en las vitrinas de tiendas daban un programa de entrevistas. La gente caminaba sin preocupaciones, usaban gorros y bastones. Ya no quedaban muestras de ansiedad y prisa en esta ciudad. Me sentía paseando en el set de alguna película de muchos años atrás.

Caminé sin rumbo dejando que el aire me empujara, hasta que llegué a las puertas de la USMU, Universidad San Marcos de Uruguay.

Puertas de viejo roble y pasillos enmarcados en mármol le daban un aire de respeto a la casa de estudios.

Al fondo del pasillo se escuchaba una voz. Entré al aula magna de la universidad, justo de donde provenía la voz del profesor.

Con un perfecto traje verde musgo y un sombrerito café el profesor daba una cátedra sobre lenguas romances.

De inmediato me di cuenta que no pasaría desapercibido si alguien me miraba. Usaba unos jeans y una polera de marca con un logo grande en el pecho, lo que contrastaba fuertemente con las camisas y patillas de los jóvenes presentes.

El profesor interrumpió su clase cuando se percató de que estaba ahí.

-Veo que usas una remera de Adi Dassler, asumo que no eres de por acá, decínos de dónde vienes- preguntó el profesor uruguayo.

-No profesor, soy de Santiago y vine a conocer a las personas que se han quedado en el pasado -contesté con un poco de incertidumbre.

Risas de los presentes acompañaron mi silencio.

-¿Por qué crees que estamos en el pasado?

-Bueno, eso fue lo que me dijeron, eso fue lo que he visto. Una ciudad que ha decidido no superar los años 70.

-Exacto foráneo, -dijo el profesor dejando la tiza en la mesa- tú lo has dicho, hemos decidido quedarnos en una época determinada. Pero eso no significa vivir en el pasado. Nosotros hemos seguido evolucionando pero a nuestro ritmo, según nuestras necesidades y motivaciones. Lejos del consumismo y la vorágine del materialismo innecesario.

-Pero profesor, ¿cómo es que viven en un lugar que no tiene nada nuevo? ¿Acaso no sienten esa necesidad de innovar, de buscar aventuras y cosas nuevas?

Porque todo es siempre igual, ¿acaso no se aburren de la rutina, de usar los mismos autos, de no poder cambiar el refrigerador? ¿No se aburren de usar siempre la misma ropa y quedarse lejos de la moda? ¿Acaso no…?

-No te confundas hijo -interrumpió el profesor. -Las cosas materiales no cambian tu rutina y jamás un aparato tecnológico ha mermado mi espíritu aventurero, ni mi curiosidad.

Déjame decirlo así:

-¿Tú te llevas bien con tu abuelo?-

-Sí

-¿Te gusta conversar con él? ¿Es interesante?

-Sí, sí

-¿Él es nuevo?

-No

-¿Eso contesta tus preguntas?

-No lo sé…

Un poco extrañado y con una sensación de confusión salí de la Universidad y me acerqué hacia una plaza que estaba a unas cuadras.

Necesitaba asimilar lo que estaba viendo. Decidí hacer un ejercicio básico; contemplar.

Saqué mi iPod para escuchar algo de música y pensar por un momento.

En el banco de al frente un señor mayor se percató de mi aparato tecnológico y probablemente de mi cara de desazón. Dejó de lado el pan para las palomas y se acercó.

Al ver que venía guardé mi reproductor rápidamente, temiendo que aquel señor estuviera interesado en mis canciones.

Sin que nadie lo invitara y sin necesitar una invitación se sentó a mi lado y comenzó a hablarme como si supiera por todo lo que estaba pasando.

-No se trata de venerar lo viejo y desechar lo nuevo jovencito – dijo con sabiduría y calma. -Se trata de no querer correr una carrera eterna que no sabemos si algún día terminará. Porque en rigor, la carrera que lleva a que tú tengas ese aparatito en tu bolsillo nunca se acaba, pues no hay una meta clara.

-Dime tú, ¿cómo te vas a preparar para una carrera que no tiene meta, una carrera que no se acaba?  ¿Uhm?

-¿Cómo te vas a levantar todos los días, todas las mañanas para correr, si no sabes a dónde vas y cuándo terminará?

-Es muy difícil planificarse así de esa manera y destinar tus energías a las cosas correctas, a las cosas que nos gustan. Sabes, todos debemos correr muchas carreras, pero cuando no sabes cómo planificarlas, las corres todas mal.

Una ligera brisa comenzó a correr, haciendo grata la tarde. El señor hablaba como si no existiera el tiempo haciendo que el momento fuera mucho más importante.

-Cuando la incertidumbre se toma tu vida, te das cuentas que ya ni sabes por qué estás corriendo. Solo lo haces porque lo hiciste ayer y porque crees que tienes que hacerlo todos los días.

En un principio pensé que el señor habría sido maratonista o atleta, porque hablaba sin parar de las carreras, pero al paso de los minutos fui entendiendo su punto.

-Esa es la diferencia. Como te dije antes, la forma en la que hemos decidido vivir no tiene que ver con lo nuevo o lo viejo, sino con que hemos decidido de qué manera queremos correr nuestras vidas.

Tiró las últimas migajas de pan, se paró lentamente y antes de marchar me dijo;

-Acá no se vive en el pasado, acá hemos decidido que nuestra meta es la felicidad.

-Rodrigo Fadic

Hay mucha gente que tiene sus vicios e instancias para escapar de la realidad y evadir un poco el peso del día.

En mi oficina por ejemplo hay varios tipos que fuman y cumplen religiosamente su tradición de bajar a fumar el “pucho de las 5”. Es casi un rito que se ha institucionalizado en la oficina, entre los que fuman claro.

El cafecito de la mañana también es un infaltable. Muchos llegan y marcan tarjeta, abren su correo y parten a la cocina a hacer un café y a preparar su desayuno con la misma calma con la que pasean un domingo por el malecón.

Y para qué hablar de males mayores como el alcohol, las drogas, la vida fácil, la noche y las mujeres de ropa liviana. Vicios que abundan en las personas y todo para hacer un poco más llevadera la vida, para hacerla algo más entretenida.

“Que lata estar siempre sobrio, si no existiera la caña, estaría ebrio todo el día” decía un conocido, un vividor, claramente un borracho.

Yo la verdad es que no tengo ninguno de esos vicios, ningún mal. Soy un tipo serio, trabajador y responsable, lo que muchos podrían llamar un ejecutivo sumamente profesional.

Sin embargo, debo confesar que aunque visto terno y corbata todos los días y no profeso ningún mal, sí tengo un vicio. Algo más bien como un secreto, casi un pecado.

Me gusta la cumbia.

Digamos no me fascina pero…no, en verdad sí.

Me gusta la cumbia.

Me encanta la cumbia.

Es alegre, simpática, sirve para bailar, te perdona si bailas mal. Es la música del popular, la música que representa la alegría de vivir y la simpleza de la vida.

La Noche es mi grupo favorito.

Ese día había sido horrible. Tuve reuniones toda la mañana con gerentes sumamente inoperantes y ejecutivos ineptos con “I” mayúscula.

En la tarde se habían caído 3 propuestas y había tenido que re cotizar 4 presupuesto. Una locura, el trabajo de 2,3 días en una sola tarde.

Cuando ya solo faltaba media hora para terminar el día, abrí mi Excel y con la actitud de siempre me puse a trabajar duro, concentrado, con cara de serio, cubicando, calculando y avanzando rápidamente. Para acompañar el esfuerzo decidí darme un gustito.

Miré a mis compañeros de trabajo, observé al resto de la oficina. Las condiciones eran perfectas, ya todos estaban sacando la vuelta, escuchando música y estirando lo último de trabajo.

Puse los audífonos, busqué el tema,  dejé el volumen medio y empecé a escuchar Como la lluvia de La Noche.

Estaba sumamente concentrado en la mitad del tema, cuando un señor vetusto me toca el hombro.

Me doy vuelta lentamente para mirarlo, cuando con horror me percato que es el gerente zonal que estaba visitando el área.

Con el susto no pude evitar dar un pequeño salto y sin querer, con mi brazo pasé a llevar el cable, desconectando los audífonos y dejando mi dignidad en manos del parlante:

♪…Como la lluvia te lloro en mi ventana, espero tu llegada…

como te digo niña que muero de amor, y tú no me das nada…tu indiferencia mata,
es una daga que me rompe el corazón…

Ahora sé que todos en la compañía dicen que en el piso 11 de la torre A, en gestión financiera, hay un gordito que escucha cumbia en silencio para que no lo pillen.

Te lo dice LA NOCHE…

-Rodrigo Fadic-

Madera tres

¿Y si todo lo que creemos saber es falso? Qué tal si los dinosaurios no existieron, la verdad que no habría ninguna diferencia, salvo, salvo nada. Se quedarían cesantes los pocos que se dedican a hablar de los dinosaurios, y habría más trabajo para los periodistas ¿Quién no leería en el diario que los dinosaurios son un fraude? También los curas tendrían que ponerse al día y leer con buena voz el Génesis.

O por ejemplo que los romanos no existieron, o los de la edad media ¿A quién le consta que fueron reales? A nadie, si nadie los ha visto. ¿Habría gran conmoción? Sí, sin duda, mucho debate académico, todo tipo de discusión y se tambalearía la fe como uno de esos carritos de carga de una sola rueda adelante y dos manillas atrás. Sí, es cierto, se caen estrepitosamente dejándolo a uno sin mucha opción de respuesta, pero no es tan grave, se puede levantar de nuevo sin gran problema. Si al final, lo que existe, existe y lo que no, no existe.

Pero qué tal si nos enteramos de un cachetazo que sólo se es uno mismo y los otros que uno ve en verdad no están ahí, o peor, están ahí como proyecciones de nuestra imaginación. ¿Qué pasaría si se es el único en la nada?

Eso nos mataría del espanto, eso sí que sería una gran mentira capaz de hacernos pensar en un instante en el todo absoluto, deteniendo el tiempo, que en esas circunstancias ya no existe.

Así me siento yo ahora, viendo como todo parece no estar pasando mientras sigo dándole vueltas a cosas en menos de un segundo. Tanto así que me sobra el espacio para meditar qué hago aquí y que diablos está sucediendo. Sé que vengo llegando a mi casa de un viaje que se interrumpió, sé también que como vivo solo, dejé a mi polola a cargo de todo. Con la mano sobre la manilla de la puerta de mi pieza, la veo a ella cabalgando arriba de un imbécil que fue tema en algún momento porque era un amigo muy cariñoso, pero que me tenía que quedar claro que era sólo un amigo y nada más, que cómo iba a ser tan desconfiado por Dios.

Veo también, apoyado sobre el armario, a mi madera tres, sé que es liviana y que permite un buen golpe, así que la tomo y la alzo sobre mi cabeza decidido a hundirla en la de uno de ellos; quizás en la de ambos.

 

-Vicente Wilson-

Atención al cliente

– Señor, usted está siendo muy intransigente -decía la ejecutiva cuando los argumentos no la acompañaban.

Era una señora flaca, casi esquelética, probablemente histérica, y sin dudas antipática. Escondía su carencia de escrúpulos en una sonrisa cínica, acomodando sus áridas pechugas en un intento absurdo por seducirme.

– Es que señor, déjeme decirle que no lo comprendo -parecía que iba a decir algo más cuando al fin se quedó callada.

Su boca se mantenía abierta, esperando ansiosa la llegada de una epifanía que pudiera doblegar mi serena actitud negativa. Sus dedos inquietos componían una marcha fúnebre al golpear con nerviosismo la mesa, su mirada bizca me atormentaba, no sabía con claridad si me observaba a mí o a un sujeto con órdenes de estrangularme por la espalda. Pero no podía preocuparme de la retaguardia, debía mantener la tranquilidad y confiar ciegamente en la incapacidad focal de esa hembra insatisfecha disfrazada de mujer autosuficiente.

– Entonces señor, ¿Cuál es su veredicto final? -dijo al fin mientras sus dedos detenían su incesante galope.

– Quiero anularlo todo, así de simple -respondí sereno.

– ¿Está usted seguro? Míreme bien a los ojos cuando dice eso por favor.

Era sin dudas un reto difícil de superar, y por cierto, una falta de empatía asombrosa. Me levanté del asiento, apoyé con violencia mis manos sobre su escritorio y con la mejor sonrisa de canalla que encontré en mi repertorio me acerqué suavemente hasta que nuestras frentes se juntaron.

– Quiero anularlo todo ¿Acaso no entiende?

– Francamente nunca me esperé eso de usted señor García Huidobro. Va a tener que hablar con el dueño -respondió rendida y algo triste.

Un homínido corpulento y maloliente vestido de guardia me tomó suavemente del brazo y me trasladó con una dulzura sospechosa al ascensor. Estábamos los dos solos. No usaba su cuello, su mirada se mantenía fija al frente, como si estuviese programado. Sin soltar mi brazo, apretó un botón misterioso con una letra “D” parpadeante.

– ¿Para dónde nos lleva ese? -le pregunté.

– Es la D de dueño  -me respondió con la vista absorta en la infinitud de botones.

– y ¿Qué piso es? -insistí con una divertida curiosidad.

– No puedo contestarle, está fuera del protocolo.

Las puertas se abrieron y un hall infinito se asomó. Al fondo, una señora en el ocaso de su vida jugaba solitario en un computador inmenso. Un ventanal impecable invitaba a observar con soberbia desde las alturas la ciudad inmunda. Me detuve un tiempo ahí, mirando a las hormigas trabajar.

– Caballero, tome asiento por favor -me dijo la señora.

Me saqué los zapatos y me recosté en el cómodo sillón de cuero. Un montón de libros de autoayuda para ingenieros comerciales hicieron más tranquila la espera eterna. “Inteligencia emocional, liderazgo y retroalimentación: Las claves para el éxito comercial” fue el título más ridículo que encontré. En la contratapa, aparecía la foto de un gringo de anteojos con una sonrisa de par en par, feliz de hacerse millonario vendiendo ideas inútiles y obvias a los pobres esclavos de zapatos y corbatas.

– ¡Que pase García Huidobro! -un chillido agudo y frío se escuchó desde el otro lado de la única puerta presente en el piso.

La señora me miró con cara de complicidad indicando que debía levantarme.  Me puse los zapatos y entré rápidamente en la oficina del dueño. Un hombrecillo de sombrero de copa y bastón me esperaba con una cara inanimada.

– Veo que se cortó el pelo esta semana señor García Huidobro.

– Y usted ¿Cómo sabe eso? -le pregunté sorprendido.

– Está todo en el sistema, todo todito todo. Pero ese no es el tema que nos convoca hoy. Dígame ¿Cómo es eso de que usted quiere anularlo todo?

– Así es -le respondí- Quiero anularlo todo. Ya no quiero más.

– Déjeme decirle que me rompe el corazón. Nunca esperé eso de usted, acaso ¿Comprende la gravedad del asunto?

– No, no la comprendo para nada.

– Usted va a perder muchos beneficios García Huidobro. Muchos beneficios. Piense en su familia, piense en su futuro.

El hombrecillo parecía seguro de lo que estaba hablando. Acurrucado en la silla lo observaba mientras se daba vueltas y exponía con total soltura acerca de tasas, intereses, inflaciones y garantías. Yo no entendía nada, tan solo quería irme de ahí.

– ¿Por qué quiere tomar una decisión tan tonta? -me preguntó.

– Porque no quiero ser un número, porque no quiero que alguien que no conozco guarde mi dinero y se divierta con él -le respondí perdiendo la paciencia.

– Qué quiere qué le diga, es usted muy ingenuo y romántico. Dígame ¿Dónde piensa guardar su dinero? No me diga que debajo del colchón, porque ahí va a perder valor con el tiempo, ¿Usted sabe eso?

– Sí lo sé. Quiero comprar oro, eso no se devalúa.

– Con que quiere comprar oro. Y dígame ¿Dónde piensa guardar el oro?

– En mi casa.

De pronto detuvo su andar, se sacó el sombrero y una prominente calva apareció brillante bajo el reflejo de las luces del candelabro. Tomó mi mano y me miró con una sonrisa paternal.

– ¡¿En su casa?! Y si le entran a robar, ¿Ha pensado en eso? Mire cómo está la delincuencia hoy en día, usted puede perder todo todito todo. ¿Quiere eso para su familia? ¿Quiere eso para su futuro? ¡Piense en sus hijos García Huidobro, piense en su vejez!

– Tiene razón, la delincuencia anda por las nubes. Y ¿si guardo mi oro aquí? ¿Es seguro?

– Ahora nos estamos entendiendo García Huidobro. Ahora sí que sí.

El hombrecillo se acercó a su escritorio y abrió una pequeña y elegante caja de cuero. De su interior, sacó dos habanos.

– García Huidobro ¿Usted fuma? –me dijo extendiendo amablemente su mano.

– Trato de cuidarme del cáncer –le respondí- pero pensándolo bien, tengo entendido que sus seguros de vida cubren casi todo tipo de enfermedades.

– Así es García Huidobro, todo, todito, todo.

-Vicente Wilson-

El peor día del año

Me despierto y me siento pésimo. No sé si estoy curao, encañado o muerto. Mis energías se destinan principalmente a respirar. Pienso en lo maravilloso que es respirar y que lo estoy haciendo, así que no estoy muerto.

Creo que si tuviera amigdalitis, gripe y una fractura me sentiría mejor.

Me acuerdo esa vez que jugábamos fútbol en la John Valladares y el mismísimo díos bajó del cielo con un látigo de fuego para clavarme un fierro oxidado en el tobillo. Mientras dribleaba al guatón González me fracturé el tobillo. Tibia y peroné dijeron en la posta unos paramédicos, con una displicencia de mierda mientras se terminaban un caño. Fue el dolor natural más puto que he sentido en toda mi cochina vida y ahora me sentía mucho peor.

El Garrincha se debe sentir la raja ahora, pienso. Ese brazuca que llegó hace poco a la villa y que vomitó todo anoche. Incluso hasta las papas que nos servimos donde la Yoli a las 4 am. El tipo gritaba que el guatón Ronaldo era mejor que Pelé. Vomitaba las papas, que milagrosamente salían enteras mientras le salían lágrimas de dolor, brazuca culiao.

Intento tragar saliva y no puedo, no me queda nada, estoy más seco que la cresta. El pollo que tengo se queda a mitad de camino atrapado en la garganta seca.

No tengo labios, es solo una masa seca y no sé donde termina mi cara ni mi boca ni mi lengua.

Me paso lo que queda de lengua por los labios y el sabor es asqueroso, es como si hubiera pasado la lengua por una baranda del marga marga.

Toso y es como si hubieran caído 4 colillas. Hago un hipócrita ejercicio de memoria para recordar si me tomé un tesito con colillas o si alguna penitencia de mierda del cuarto rey solicitaba comerse un par de cigarros, porque tengo un tufo asqueroso.

Creo que podría matar a una guagua por intoxicación si le diera un tierno besito de buenos días.

Veo sobre el velador y cacho que la cajetilla blanda está ahí, más arrugada que condón de abuelo, pero se ve que todavía quedan unos puchos, menos mal por la chucha.

Son unos Indy “el cigarrillo largo de precio corto” un clásico de borracheras roñosas y hediondas.

Me doy cuenta que estaba en mi cama, en mi pieza. Me alivio, pienso tranquilo. Llegué. Eso es lo que importa. Durante varios minutos no supe donde estaba. Tan preocupado por darme cuenta si estaba vivo que no me había ni preocupado por saber donde mierda estaba.

No estoy solo, hay algo en mi cama. Intento darme vuelta para ver qué es, pero no puedo moverme muy rápido. Un movimiento en falso y me podría ir a la mierda, aún estoy mareado.

Ojalá que sea una mujer, y que no esté muerta. Ya no estoy para sorpresas, con 43 años de austeridad, compromiso y esfuerzo no estoy ni ahí con meterme en un homicidio o que me joda un trava, no de nuevo.

Lentamente me vuelvo a ver que hay y me percato de que tiene el pelo largo.

¡Hay santísima virgen del carmen y de todas las natividades! Ojalá que la combinación ganadora sea teta-vagina y no teta-pico.

Con todo el movimiento que hago producto del susto, el individuo(a) se mueve un poco y hace un gemido femenino.

Es mujer, gracias glorioso padre de todos los cielos.

Es la Jossy, la loca del 23-b. Weona maraca. Sé que hay dos viejos rancios que se la culean de vez en cuando. El cojo Yerzon y el Pichigüey. Pero con esa mina siempre es la misma wea, no tengo idea cómo llega, de dónde llega ni por qué llega, pero siempre me la tiro. Probablemente es lo único que sé de ella.

Puta la weona maraca. Una vez estaba tan curao, o volado, o volado y curado que me confundí y después de lo nuestro le pasé 15 lucas.

Me abofeteó con la mirada y me dijo que era un hijo de puta. Pero después tomó la plata igual.

Mientras pienso tanta mierda se me escapa un peo. Luego un peo y un flato. Todo al mismo tiempo. Como una sinfonía. La misma que escucha el viejo maraco del block de al lado. Profesor de música era el weon y siempre invitaba a los niñitos de la pobla a escuchar Nabucco de Verdi.

Hasta que un día salió en bata de seda roja totalmente despeinado a cantar “Vaaa’, pensiero, sull’aaaaali dorateeeeee»

-Cállate viejo maricón o te voy a sacar la chucha!- le dije indignado por tanta beleza musical.

Un peo-flato no sale todos los días, es un premio en medio de esta caña asquerosa. Intento hacerlo de nuevo porque es exquisito y tironeo un poco la pierna haber si sale algo.

Me acuerdo de don Anselmo que hablaba de los peo-flato. Una vez dijo que el suegro de un con-cuñado de la vecina de una prima de él se levantó un día en la mañana feliz de la vida y se tiró un peo-flato. Luego otro. Y a los 5 minutos se murió de un infarto a la cornia mayor. El cuerpo no está diseñado para tanto placer viejo me decía don Anselmo.

En el estado en el que estoy otro peo-flato sería fatal, así que me dejo de huevadas.

Escucho que abren la puerta y siento que entra un zombie arrastrando todo, o el viejo puto de Nabucco que mató un niñito y trae el cadáver en una bolsa de plástico. Qué chucha.

Me levanto como puedo a ver qué está pasando y la sorpresa es total.

El zombie es el Pablo, el pendejo de mierda que viene recién llegando. Parado en la puerta pareciera que lucha contra el viento para mantenerse de pie.

Me fijo con un poco de asco en el weon. Tiene una camisa en la mano y una polera blanca enorme demasiado blanca y entusiasta para mi gusto que dice “Viva el Ecuador mis Hermanitos”.

La camisa está entera vomitada y la polera también. El blujeans está sucio y tiene barro en las rodillas. Cerca del cierre tiene unas manchas de ketchup, o salsa de tomate.

Veo que tiene un ojo más grande que el otro. O uno más chico que el otro en verdad. La cara desfigurada y totalmente pálida. Me cuestiono si quizás estoy en la morgue y en estos momentos estoy revisando a este cabrón.

Creo que el hecho de que respire ya es un milagro.

Me baja un impulso paternal, producto del abuso de vino en caja y raspado de muralla, me afirmo de la pared para evitar contratiempos, lo quedo mirando, tomo harto aire para que no pille un vómito de sorpresa y le dijo:

-Puta weon por la rechucha hijo, mira como vení llegando. Son las 11 de la mañana y voh tay como pico.

Tu viejo acá preocupado toda la noche weon esperando que llegaras. Estamos empezando un nuevo ciclo, un nuevo cosmos y una no sé….de esas mierda que dicen los periodistas en el Tele y no podí llegar así po weon.-

Pablo me queda mirando moviendo la cabeza como perrito de taxi, toma aire y con las últimas fuerzas sonríe y me dice:

-Feeeee eeliz anio nuevo viejo conchetumare!-

-Rodrigo Fadic-